Sin llegar al patetismo de la que hacían gala muchos de sus
convecinos, tenía un cierto aspecto quebradizo y padecía, esto sí de forma
desmesurada, de un gusto nada recomendable por los chismorreos tanto propios
como ajenos. Por mucho que quisiera maquillar el vicio del cotilleo con el
celofán de la mera curiosidad, el tipo en verdad era un chismoso de tomo y
lomo. Su constante lagrimeo por la mala suerte que padeció un novio segundo de
una tonadillera de tercera en un altercado de discoteca, o la ansiedad cercana
al infarto que le embargó cuando el portero de la finca de un torero de cuarta
tuvo que enfrentarse al polígrafo, explican bien a las claras la naturaleza de
un desenfreno que, sin llegar a tener tintes demoníacos o inhumanos, sí que
hablaba bien a las claras de la estupidez como ingrediente connatural de la
vida humana.
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