Los
nuncajamases se amontonaban durante el recreo en algún rincón de su cabeza,
mientras su silueta, al revés, se reflejaba sobre un charco de aspecto
impoluto. La nieve se transparentaba y, bien pensado, es muy probable que de
ese patio vinieran los números, todos los números, todo que de sobrecogedor
habita en el álgebra mundial; quizás fuera también éste, por qué no, el espacio
mítico en el que se recogían las moscas cuando terminaban su jodedera continúa
durante la temporada estival. Como fuere, se sentía un extraterrestre de visita
en el lugar más feo que había visto en su vida.
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