De ojeras gigantescas y porte famélico, dedicaba gran parte de su
tiempo a la contemplación del ir y venir de las moscas acaloradas, cuanto más
acaloradas mejor, y a la lectura de viejas historias que narraban la vida y
milagros de ciertas tribus de cazadores de cabezas en el alto Orinoco. Paciente
sufridor de todo tipo de penurias e inclemencias, pensaba para sí que, al no
verse enmarañado por la pelusa de la envidia, había logrado situar su espíritu
lejos del demérito y la deshonra. Una pulmonía se lo llevó.
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