jueves, 29 de abril de 2010

CUESTIÓN DE SENSACIONES

Sin que se sepa de dónde demonios proceden, se les ve buscándose la vida entre acantilados de belleza indefinible. Como fantasmas en pena que son, disfrutan dejando flotar sus restos al son de rencorosas concatenaciones, superpuestas e inextricables. El límite, su límite, acontece cuando, imposible de soportar ya tanta soledad, lanzan al éter esos gritos tan peculiares, tan suyos, que traspasan la niebla. Agotada la voz, sus cuerpos acaban transformados en entes invisibles capaces de helar la sangre al más pintado, extraña cualidad ésta que les permite convertir en orden lo que antaño no era sino pura confusión. En los libros donde los antiguos vertían sus reflexiones a propósito de las mutaciones y las degeneraciones, aparecen dibujados como seres que mueren sin por ello dejar de ser, y quizá por ello algunos autores concedan que, en su caso, se pueda hablar de una muerte pura. A la postre todo puede reducirse a una cuestión de sensaciones, razón por la cual me es posible establecer una cierta analogía con esos seres superiores: tanto para ellos como para la mí la luna estaba y sigue estando demasiado lejos.

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