miércoles, 14 de abril de 2010

PRINCIPIO DE IMPROBABILIDAD DE LA TRISTEZA

Sobre todas las cosas conocidas Greenwich conocía muy bien no sólo la infinitud de la muerte, conocimiento éste de poco mérito ya que tuvo ocasión y tiempo sobrado de convivir con su propia muerte y con su propia infinitud, sino el corpus completo de principios y leyes que conforman el bagaje básico de conocimientos que conviene manejar con soltura para sobremorir con cierto nivel de solvencia en el más allá. Greenwich, como otros tantos querubines que defecaban pan y orinaban ternura, conocía bien las leyes que rigen la indeterminación de las líneas imaginarias y, como no, el principio de improbabilidad de la tristeza. Dice el tal principio de improbabilidad de la tal tristeza, en su formulación más básica, que resulta del todo improbable llegar a conocer toda la tristeza que es capaz de llegar a condensarse tras un kilo de carne viva. El tiempo, ese asesino que todo lo pudre, es el encargado de velar por el cumplimiento estricto del citado principio. Y Greenwich lo sabía.

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