lunes, 12 de abril de 2010

QUE CREZCA LA HIERBA

Después de haber estudiado la relación existente entre mis deseos y el yo que los desea un con cierto nivel de detalle, detalle que hasta podría decirse que me llevó a las puertas mismas del rigor, me decidí a intentar pasar de mi mundo a su mundo, al mundo de los deseos. Tal intento, consistente desde el punto de vista del metodológico en sumergirme en las tinieblas de su inconsciente neuronal, lo hice sin otra intención que la de poder conocer lo que los deseos se traían entre manos. Ni que decir tiene que el resultado fue catastrófico. Sus ojos, que no eran otros que los ojos del deseo, aparecieron ante mí sobrenaturales, como inundados por los rayos del claro de luna, y los sentí como acorralados, lejos de sí y lejos de mí, fríos, oscuros, sin otra salida que la rendición. Una extraña mezcla de jugos de bilis y babas aladas se adueñó de la atmósfera y terminó por arruinar el intento de comprensión. Habrá que dejar que crezca la hierba antes de volver a intentarlo.

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