sábado, 17 de abril de 2010

EL PERSONAJE SIN NOMBRE CONOCIDO

Este personaje sin nombre conocido profesaba un miedo feroz a las sombras gordas y vacías, a los gritos extraños y a los ruidos a medio camino entre el suspiro y el estertor. En su corazón de tinta habitaba un universo sin limitaciones en el que tenían perfecta cabida los cementerios de ballenas y elefantes, extraños seres sumergidos en una búsqueda frenética por acaparar sueños y proteínas, y las ruinas de una antigua abadía en el que la providencia tenía por costumbre descansar los domingos y fiestas de guardar. En sus travesías mentales a lomos del sánscrito, el latín o el esperanto, imaginaba crónicas de amores obsesivos y formas alienadas bajo el peso de una moral loca. Sus ojos de lupa detectivesca parecían como si llevaran siglos aprendiendo a mirar y no paraban de suministrar imágenes a una cabeza que resultó ser la suya y que irradiaba a la vez claras muestras de majestad y de vulnerabilidad. Este personaje sin nombre conocido aportaba a todo lo que le rodeaba, y aún a todo lo que ingería, la familiar dignidad que me parecía recordar otorgaban a lo desconocido esos viejos pintores alemanes que eran tan de su gusto.

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