martes, 20 de abril de 2010

LEY DE CAÍDA DE LOS CUERPOS

Transcurrían con placidez mis días sin otro afán que la búsqueda de una barba dócil, cuando se me apareció la madre muerte para traerme noticias de los infiernos. Su retrato del abismo contenía referencias al vientre de una gaviota que pululaba alrededor de unas naves negras, vientre éste que al parecer fue objeto de subasta pública entre un millón de calvos. Se refirió también a venas aún palpitantes y a mares de lenguas que, como si de multitudes se tratara, pugnaban unas con otras por los pobres despojos de un cadáver recién llegado del matadero. Llegado a este punto del relato, y sin venir muy bien a cuento, la madre muerte quiso hacer un paréntesis en su narrativa mortuoria para hablarme de ciertos problemas relativos a la física clásica, poniendo especial énfasis en la ley de la caída de los cuerpos. Según su peculiar interpretación, dicha ley venía a decir que, dados dos cuerpos, y en el caso de que uno de dichos cuerpos resultase ser propiedad de quien esto suscribe, entonces sucederá que si algún cuerpo tiene que caer, ese será el mío. Posteriormente quedó demostrado también que tal caída, la de mi cuerpo, tendrá lugar sin sentimiento de vértigo alguno. Sin estupor. Casi como una rutina. Dicho lo cual la madre muerte se sumió en un sopor profundo, algo parecido al sueño de los justos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario