De
aspecto tránsfugo y algo obscenas, millones de burbujeantes algoritmos
deambulaban a sus anchas en su espacio interneuronal. Así las cosas, el sabor
de los días no cambiaba entre un traspiés y otro mientras sus sienes adoptaban
un cierto aire de marismas eternamente estancas y repletas de mercurio. Lo
suficiente, en todo caso, para garantizar la navegabilidad de las penas.
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