De
aquí para allá con el chiquichiquichi de aquél jaleo del tren, y de acá otra
vez para allá tres cuartos de lo mismo con el chiquichiquichi que donde está el
revisor, y así una vuelta y otra, y otra vuelta más, hasta que con tanto trajín
uno se queda sin aliento y sin dinero para más billetes, que es como decir que
se queda al borde mismo del precipicio o si lo prefieren al principio mismo del
abismo, con el agravante de que el viajero no tarda mucho en descubrir que allí
tampoco hay nada, así que vuelta a empezar.
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