Como
un perro esquelético incomprensiblemente abandonado, iba rumiando sus penas y
sus pensamientos con la vista puesta en una amarga lejanía. No sé qué demonios
tendrán las buenas ideas, se decía para sí, que se le desbarataban entre las
manos con una facilidad pasmosa. Lo cierto es que no sabía dónde estaba el
norte, hacia dónde dirigirse, y si alguna vez lo supo parece que lo olvidó. Así
las cosas sólo podía caminar, y eso hacía, hacia ninguna parte.
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