Esa
tos de invierno no sonaba nada bien pero, constipada y todo, su boca parecía un
cocotero de risas azules. Como si de semillas enguantadas se tratara, maduraban
entre sus labios las sonrisas que soltaba en el éter a modo de muecas, guiños y
mohines, llenando de vida las frías estancias en las que moraba el sátrapa.
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