Uno
a uno sus tristes ojos de clown se fueron encendiendo y, sin más bandera que la
ternura, fueron capaces de redimir el suplicio de sus huesos envenenados. Hecho
el milagro, se dedicó a procrear nieves, trigos y brasas con quien quiso
acompañarlo y todo, todo, fue escrito sobre el alquitrán.
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