De
la inmensidad dormida de sus ojos emanó una terrible luz, que fue nido de
lluvia, charco eléctrico y fuego triturado. Pero eso fue de joven. Más adelante
pudo observar cómo del hueco ausente de su boca negra, toda llena de sangre
negra, escapaban escalofríos de hierro que enmudecieron el cielo. Años después
del no ser, su calavera apenas si parecía una piedra de sol antártico horadada
por la intemperie del tiempo.
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