Insaciable,
mascaba las dudas y las equis con un deleite tal que, por momentos, pudiera
parecer insano. Sin duda, en algún momento lo fue. Esa complacencia con el sabor
incierto de la vacilación y el interrogante, la angustia oblicua de la
perplejidad endémica, sanísimo todo ello para el intelecto, no auguraba nada
bueno para el corazón.
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