Pensaba en el vértigo de un nuevo día. Un día que nacía, como los
anteriores, repleto de decisiones en apariencia insignificantes pero cuyas
dimensiones reales, si bien dormidas, podrían llegar a tener magnitudes
equinocciales. Luego vino la tos, y ya no fue posible pensar nada. Se trataba
de una tos invernal, una tos que se arrastraba en medio de un vapor de
soledades húmedas y que, como si de un sollozo humillado y repleto de martirios
se tratara, arrastraba a su vez al pecho y a todo su ser hacia latitudes
oscuras e inconmensurables.
No hay comentarios:
Publicar un comentario