Durante
unos instantes falseó de manera absoluta y consciente su manera de ser. Y no se
sintió mal. Muy al contrario, pensó que debiera haberlo probado antes. Ya
estaba bien de imitaciones -su obsesión por convertirse en alguien como ella no
era más que una burda expresión del amor que sentía hacia ella- y de ese inútil
principio de moderación en todas las cosas que había hecho de él un calzonazos.
Por fin, siquiera durante unos segundos, había podido sentirse propietario –no
sólo responsable- de todo su ser.
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