Cualquier
intimidad la molestaba pero, aun así, añoraba para sus adentros el ardiente sol
del verano, y el deleite de observar las multitudes sometidas voluntariamente
al tormento de la parrilla solar. Todo esto ocurría a la hora del rezo diario, rito
sagrado este que con excesiva frecuencia degeneraba en amargas plegarias contra
una amplia recua de individuos a los que odiaba y que -no la cabía duda alguna
al respecto- acabarían siendo fulminados por un rayo justiciero de origen
divino.
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