Podía
decirse que eran tiempos flácidos, estos que las tocó vivir, y que sin llegar a
la pasión, sí manifestaban, ya desde tiempos inmemoriales, un cierto gusto y
talento especial por la abstracción. Las musarañas, que es a ellas a las que me
refiero, se quedaban habitualmente absortas contemplándose a sí mismas, sin
ningún tipo de pensamiento sólido que echarse a la boca, y eso aun a pesar de que
vivían con la boca permanente abierta. En su favor hay que decir que la
mantequilla presentada en forma de caracolillos, tal cual aparecía en la mesa
del desayuno, daba pie con facilidad al embelesamiento que precede al babeo,
esa práctica salivosa tan propia de la musaraña.
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