jueves, 30 de enero de 2014

UN VERSO ERRANTE


Era tarde y, como si de un verso errante se tratara, deambulaba por las calles de la ciudad antigua buscando el sabor de los besos desparejados y los halagos de desván. Halló lo que no buscaba y, a la mañana siguiente, le despertó el son de una cucharilla percutiendo sobre su taza de café. Se vistió, constató por millonésima vez sus arrugas de madriguera y, siguiendo el vibrante eco de la porcelana, se dirigió a su encuentro con el recuerdo de ayer. Nada que objetar: el vacío sigue ahí.

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