Cada
vez que se preguntaba por la finalidad o el sentido de eso que llamamos vivir,
en cada ocasión que se interrogaba acerca del por qué de los putrefactos olores
que despiden hombres cuando dejamos de serlo, su rostro era invadido por
imborrables huellas de sorpresa, se le ponían unos ojos como de loco, y le
entraban unas ganas enormes de tomarse una docena de tequilas marca “Los
suicidas” y salir de la estancia volando como las moscas. Todos se alegraron mucho cuando, superada la última crisis de desasosiego interior,
le vieron lanzarse de nuevo a la vida sin preguntas ni miramientos.
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