En
aquella plaza eran muchos los habladores que se afanaban en el bien pagado arte
de vender rarezas. Con astucia, declamaban las virtudes de sus elixires más o
menos milagrosos, y bramaban y se agobiaban víctimas de la ira y el exceso,
hasta quedarse sin voz. Pero nada de eso afectaba a su corazón, que permanecía
intacto. Alzó la cabeza, miró al cielo en medio del tumulto de compradores y
vendedores, y sintió al sol feliz de verle.
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