Resultaba
imposible obviar el perpetuo olor a orina y a desinfectante barato que
permanecía incrustado en los muros de cemento que abundaban en el barrio. Y ello aun a pesar de que la mañana era
lluviosa y triste, y a pesar también de ese don especial que tenía para
permanecer flotando en la superficie de las cosas. En esa atmósfera, no es de extrañar que, ya
desde pequeñito, adoptara la costumbre de encerrarse en su habitación, cerrar
bien ventanas y puertas, y escribir en tinta negra, muy negra, y fresca,
extraños signos que pertenecían al misterio.
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