Calcinándose
y muriendo cada día, no puede decirse que la quisiera sin amor ni que se
mantuviera alejado de las proximidades del querer. Tampoco puede decirse que su
quebranto careciera de rectitud y que no hiciera esfuerzos por ganarse el cielo
de cada día con el sudor de su abnegada dedicación. Pero no fue suficiente.
Fuere lo que fuere aquello que antaño fue, lo cierto es que ya no estaba. A la
intemperie de todas las soledades y presa de todos los fuegos, la doble hélice del
amor se fue transformando en algo irreconocible. Finalmente, millones de
caricias venidas de muy lejos conformaron un solo instante de pura extensión y
vida desmedida que terminaron por mandar todo al carajo.
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