El
sopor que reinaba en su espíritu resultaba ingobernable, como lo suele ser un
vicio o un mal hábito. Además de eso, o quizás por eso, hay que decir que su
memoria era prodigiosa. Precisamente ahora recordaba que una vez, hace ya
tiempo, se le ocurrió pensar que no era nada, que se trataba de un mareo
pasajero, y tuvo un hijo. Ayer se sintió mal, pensó que no podía ser verdad, y
casi se muere. Su salud de hierro se componía de muchas enfermedades asociadas
unas con otras en perfecto equilibrio, y equidistantes del dolor lo suficiente
como para hacerlas llevaderas. Ya se sabe: a cierta edad, si te levantas y no
te duele nada, es que estás muerto.
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