Una tarde olvidó su nombre de usuario. Semanas después, relegó la
contraseña en algún lugar remoto de la memoria de forma que no pudo dar con
ella y se quedó sin poder acceder a sí mismo durante el resto del día. Al
principio, como podrán imaginarse, se preocupó muchísimo, pero conforme fueron
pasando las horas se tranquilizó pensando que, bien mirado, tampoco se vivía
tan mal fuera de la nube. Al fin y al cabo, seguía conservando la clave del
misterio, la combinación exacta que le permitía seguir deseando aquello que ya
poseía, y eso bastaba.
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