jueves, 10 de abril de 2014

EL HOMBRE DESHABITADO


El hombre deshabitado se despertaba por las mañanas como todo hijo de vecino, con la única peculiaridad de que él, a su vez, no tenía ningún habitante interior al que despertar. Vacío como estaba en su fuero interno, podía dirigir sus pasos a la cocina y prepararse su café con la tranquilidad que da saber que nadie le exigiría cuenta alguna. Sin un súper ego que echarse a la boca, sin rumores interiores que le inquietaran, sin una mala ni buena conciencia que le recriminara ciertos tintes de amargura que amenazaban con estropear la envidiable tranquilidad de su vida interior, vivía lo que se dice en perfecto maridaje con su nada. Su expresión preferida era: "Pues nada, aquí paz y después gloria".

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