La
noche se presentó antes de lo esperado. Ocurrió en los minutos previos a que la
débil luz crepuscular dejara de iluminar la loma que daba cobijo a su casa, y
supo de su presencia porque, aun a pesar de encontrarla atrapada en medio de
confusas mareas sentimentales, era de las que reconocen la alegría en cuanto
que la ve. Como tenía el don de verter muchas lágrimas sin que la causaran daño
alguno, los preparativos del llanto fueron rápidos y certeros. Se dispuso un
largo trago de ron añejo –gustaba de sentir los blancos cristales del alcohol
disolviéndose en su sangre- pero no fue suficiente. No pensaba en cambiar “por
nada del mundo” y, una vez más, tuvo que ser el mundo el que le cambiara.
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