Su inteligencia le permitió ver llegar el tsunami desde muy lejos, pero
además –y esa fue su suerte- puede decirse que tenía experiencia, ya que fueron
muchas las veces que se soñó ahogada. Así las cosas, diseñó una estrategia
consistente en sumergirse por completo en el epicentro del miedo para, desde
allí, desde el origen mismo de la olas gigantes, cantar, que es como decir respirar,
una canción tras otra. Y fue así, con talento, con memoria, y con la constancia
propia de quien gusta entonar viejas coplas de amor desde la cuna misma del desastre,
como logró sobrevivir a las traicioneras embestidas de un desamor travestido de
normalidad.
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