jueves, 10 de abril de 2014

EL PARTO


Sin sombra en la que cobijarse y sin tiempo que perder, el maltratado páramo dio a luz un vegetal hecho espiga, hijo de la estéril sombra y de un tumulto de soledad que, borracho de nieve negra, se dio a la fuga. Fue un parto difícil en el que la iracunda noche extranjera y la salmuera tuvieron que hacer de improvisadas comadronas aportando a la espiga el arrullo propio de las madres. Tras el primer llanto, le cubrieron con manojos de niebla huracanada y le alimentaron con racimos de sal. Posteriormente, siguiendo el modo espartano, le dejado a la intemperie durante tres días para abandonarlo después, como a Moisés, en un caudaloso río de estiércol de extensa desembocadura. Y cuesta decirlo, pero nunca más se supo.

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