Mecía sus sueños bajo el impulso de un viento flácido y, por
momentos, inexistente. En ese bamboleo hueco pasaba las horas hasta que un ser
sobrenatural llamó a su puerta, lo cual es un decir porque nadie sabe a ciencia
cierta –él desde luego no- por dónde demonios pudo colarse aquel ente en el
salón de su casa. Cuando vio los ojos del forastero intentó reír, pero la
carcajada no fue más allá de un mero rictus. Por fin entendió que alguien debía
morir, que el espectro le había elegido a él, y que hoy era el día. Fue
indoloro. Cuando quiso darse cuenta, ya tenía el fantasma dentro de él.
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