Tumbado sobre el sofá todo lo largo que era, descansaba lo que de
carne y huesos había en él, pero no así su psiquis. Esta continuaba erre que
erre desbaratando problemas, removiendo situaciones, ahuyentando miedos, en una
especie de guerra sin cuartel que le procuraba un profundo agotamiento. Alguna
vez se le pasó por la cabeza la idea de que había que tener cuidado, no fuera a
ser que la inteligencia, y hasta la cultura, no representaran sino una suerte
de barbarie. Pero poco podía hacer. En el jardín las hojas caídas brillaban
bajo una lluvia venida de muy lejos, y con el aguacero vino el sueño. La mente
cambió de ritmo, se puso en modo inconsciente pero, inconsciente y todo, aquel
cerebro no dejó ni por un instante de insistir en su erre que erre.
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