Le tranquilizaba pensar en la naturaleza del caracol. Él
también se retrae cuando le tocan, y sin embargo es feliz, o al menos está en
condiciones de serlo. Y también le tranquilizaba pensar en los amigos del
caracol, especialmente en aquellos momentos en los que nadie entre los
caracoles hablaba de alegría pero todos estaban alegres. Llegó incluso a pensar
que todos somos prisionero de nosotros mismo y de nuestros miedos, y que cada
cual, como el caracol, busca el cobijo allí donde cree verlo. Pero ese
pensamiento no le tranquilizó.
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