Llegadas del más allá, las voces que salían de aquél aparato
anunciaban un reino que, de existir, desde luego no era el suyo. Más allá de su
cuarto sólo había un aparcamiento de hormigón, el de toda la vida, un
supermercado con aspecto de puesto fronterizo fuertemente amurallado, y gente
aislada que con la cabeza gacha deambulaba como de base en base en busca de
pequeñas seguridades momentáneas que les permitieran respirar. No podía
controlar lo que sucedía en su córtex cerebral, y más allá de su cerebro
reinaba un gris frío. Sólo la televisión parecía tener algo que ofrecer, algo
parecido a un plan.
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