lunes, 9 de marzo de 2015

HERÁCLITO


El olor a invierno se diluía con el paso de los días mientras una luz cálida y apacible iba ocupando su lugar entre las cosas. Lo único inamovible, para desesperación del verdadero Heráclito, era el gato, que también se llamaba Heráclito. Hacía más de un año ya que Heráclito se había apoderado de su sillón, orejeras incluidas, del que  no se movía ni a sol ni a sombra. Y eso le tenía muy enfadado. Mucho. Tanto que nunca hablaba con el gato. Y cuando era el gato el que se dirigía a él, nunca le respondía. Todo fluye, nada permanece, menos el puto gato. Ya verás cómo, el día menos pensado, tendremos un disgusto.

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