El extraño cosquilleo que rebullía en su interior aportaba a su
rostro una expresión entre burlona y alegre, y a sus ojos un nuevo color,
mezcla de miel húmeda y amarillo lacrimoso. No había lugar a dudas: un
resplandor inundaba las profundidades de su pecho, y era verdadero. Claro que,
conocía la enfermedad y, quizás por eso, no podía evitar mirar al vacío -y al
destino escrito en él- con una expresión triste.
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