Fue visto y no visto. El suelo que pisaba parecía firme, un suelo cómodo
y seguro que le permitía vivir alejado de la locura de la calle. Pero un día
pasó algo, y unos días más tarde pasó otro algo más, y así fueron pasando cosas
unas detrás de otras hasta que de pronto, apenas si transcurridos algunos de
meses desde ese primer algo, todo se derrumbó bajo sus pies. Hoy es la primera
vez, pero vendrán otras. Ataviado con su maletín, su americana y su corbata,
hace cola para desayunar en el comedor social de la Misericordia, no muy lejos
de su antigua casa, antes de salir a patear las calles en busca de un trabajo,
de un golpe de suerte, que por momentos se le antoja imposible.
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