Las bocas se pegaron una a la otra como el hierro al imán.
Mientras el hecho tuvo lugar, quedaron envueltos en una burbuja de tiempo que se
fue alargando sin que nadie tuviera conciencia de él. Más tarde, con los labios
ya exhaustos y sólo para disimular, el tiempo se acurrucó sobre sí mismo
construyendo remansos equilibrados de sosiego
y luz. Fue un beso largo y
sediento con tintes de ferocidad. Un acto bello y, a todas luces, necesario.
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