Tenía la espalda cubierta de hierbas y amapolas, miraba al cielo,
y empezaba a pensar en sí mismo como algo ajeno. Con el cuerpo de esa guisa, su
alma se elevó y pensó en el perro, en la perfección y en la autenticidad del
perro cuando comunica sus sentimientos al mundo. Pensaba también en el atávico
miedo del perro, cuando un súbito impulso eléctrico heló su corazón.
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