Más violento que nunca, un cielo inmisericorde se abalanzaba sobre
sus cabezas amenazando con inundarles las tripas y, al menor descuido, desentrañarles
el alma. Para la tierra, sin embargo, el significado de aquél diluvio era
harina de otro costal. Antaño un erial caliente y poco cordial, disfrutaba ahora
del ignoto frescor con una inconsciencia y una franqueza desconocidas en el
reino mineral. Finalmente los hechos fueron los que fueron y no dejaron lugar a
dudas: las aguas horadaron la epidermis de la tierra y de los terrícolas que la
habitaban, encharcando los huecos de su memoria con miles de ahogados y un sin
fin de desgracias.
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