martes, 17 de febrero de 2009

BOUSOÑO

El que podía decir algo dijo lo primero que se le ocurrió, y dijo que llevaba tanto tiempo sin decir nada que tenía la boca seca y ya no recordaba si alguna vez tuvo ocasión de decir alguna otra alguna o si, al menos, tuvo algo que decir, alguna ocurrencia, fuera o no fuera dicha. Todo esto lo dijo con dudas, pero lo dijo. Los que no podían decir nada, pues nada, no dijeron nada, y se mantuvieron callados en espera de que el que había demostrado poder decir algo se animara a continuar diciendo lo que le pareciera bien decir ya que, francamente, ante la novedad de la palabra dicha, lo de menos era el tema. Pero no todos eran parabienes. A la única araña de la cueva, absorta en su maraña de pensamientos, no le hizo ninguna gracia esa sucesión sonidos articulados a modo de morfemas y lexemas, así que se dio a la fuga volviendo grupas hacia su diminuto laberinto. Tampoco la sombra de la nube se sintió muy cómoda con tanta verborrea, pero como no pudo desenredarse a tiempo de la nada, pues nada, que no le quedó otra que comenzar a disiparse con lenta parsimonia en la negritud de la cueva y, mientras tanto, aguantar la charleta. Y en estas volvió a hablar el poeta Bousoño, que fue el que primero habló, y en esta ocasión habló de un ojo que se iba, y de unos labios que faltaban pero que ya no recordaba si eran los dos o sólo uno, y de unas cejas que cambiaban de sitio al tiempo que cesaba todo sonido, incluido el suyo. Tenían que ver los chorretones de silencios que salían por las bocas de la escasa concurrencia que tuvo la ocasión de escuchar aquellas asombrosas palabras.

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