domingo, 15 de febrero de 2009

LA MUJER DEL PANADERO

Me volvía loco. La mujer del panadero me volvía loco. Me volví loco desde el día que la vi subir los treinta y nueve escalones que conducían a la taberna finlandesa. Aquel trasero dando saltitos de escalón en escalón me volvió loco, y desde entonces no me he recuperado. También me volvía loco verla comer. Ese mismo día, sin ir más lejos, me volví loco otra vez viéndola comer un par de arenques bien regados con vodka. Era verla comer, y volverme loco. Verla beber, y volverme loco. No importaba el lugar. Conozco lugares en los que, de puro feo, no se puede permanecer en ellos del todo sereno. La taberna finlandesa es uno de esos sitios. Sin embargo, estando ella, como me volvía loco, pues me abstraía de tal modo que ni bebía. Todo esto fue hace tiempo. Creía haberme curado pero ayer la vi entrar en una tienda de sombreros. Odio las tiendas de sombreros. Cualquier sombrero puesto sobre cualquier cabeza me parece triste y ridículo, o bien el sombrero, o bien la cabeza. Pero todo es relativo. Ver a la mujer del panadero probarse un sombrero y volverme loco fue una y la misma cosa. Giré la cabeza y cerré los ojos para olvidarla, pero nada. Lo que quiero decirles es que fue ver a la mujer del panadero mover ese culo cuando salió de la tienda y de nuevo volví a volverme loco, a tal punto, que no ya no veía ni al sombrero ni, mucho menos, al panadero que se me acercó para preguntarme un par de curiosidades.

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