martes, 24 de febrero de 2009

EN UN SOLO GESTO

La negrura que circunda nuestras vidas explica, sólo en parte, el sombrío gozo que reinaba en el rostro de aquel hombre hechizado por el brillante color de la sangre y una difusa promesa de calidez en un lejano porvenir. Criatura de sí mismo desde aquellos lejanos días del vino y las rosas, sus temibles ojos desorbitados reflejaban bien el espectáculo, macabro y espeluznante a un tiempo, del pánico que se alzaba majestuoso proveniente de lo más profundo del alma de su víctima. Atrapado en la trama de su propia obra como sólo podría estarlo un idiota o un sonámbulo hipnotizado, pensaba que al final del desfile, y una vez que se hubieran transgredido convenientemente todas y cada una de las normas dictadas a sangre y fuego por su padre y por el padre de su padre, aparecería la sombra de la bestia que todos llevamos dentro y aclararía un panorama que por momentos se le antojaba fragmentario y poco claro. Como si de un titiritero salvaje se tratara, vivía su vida entre maravillado y sobrecogido, saltando de grieta en grieta, de desdicha en desdicha, sin que llegara nunca a saber cuanto debe durar una vida para resultar plena. Tampoco se lo preguntó a aquel que, atado a la silla y con un pañuelo en la boca, despertó en medio de una pesadilla sin acertar a comprender nada. Ni falta que hacía. Suspendida toda actividad hasta nuevo aviso, la fatal yugular fue seccionada y su traumático efecto no dejó lugar a dudas. Todo resultó breve y urgente, como si la modernidad toda quisiera quedar reflejada en un solo gesto.

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