viernes, 20 de febrero de 2009

RARA

Nunca sabremos con precisión en qué momento supo aquello que llegó a saber y que años más tarde le llevó a la muerte, y siento decir lo que digo porque bien sé que la mera aparición de la parca ya desde tan temprano, casi desde la primera línea, puede llegar a aparecer una exageración. Sólo si tienen la paciencia de continuar leyendo unas líneas más comprenderán que la exageración no es tal. Tan viejo o más que el propio miedo, el que sería nuestro muerto rara vez bajaba de la nube, y cuando lo hacía se limitaba a ejercer su derecho al silencio y a dejar pasar por alto, desde su altillo, todo aquello que sucedía en derredor. Cierto es que primero lo perdió todo antes de perderse él, como no menos cierto resultó que, arrancada de su letargo, la historia fue escrita a su pesar y de un tirón, como se escriben las historias de dudas orales que, no por orales ni por historias, dejan por ello de ser dudas. Digamos algo al respecto. Digamos por ejemplo que todo comenzó con un picor en la nariz, y como si de un viejo mecanismo de relojería se tratase, la anécdota de la nariz se convirtió en fábula, y de ahí no se sabe muy bien a cuento de qué la fábula se transformó en parábola, y fue precisamente escuchando la parábola donde conocimos que aquella chica le gustó mucho antes de saber que la había gustado, y que la clarividente conexión que hizo posible este querer se produjo durante un sueño del que nunca escapó del todo, un sueño en el que la vida se fue diluyendo en esqueléticos conceptos, en sombras, en soplos de sombras después, para terminar en la íntima precisión de una pura ausencia, ya que es así como terminaran todas las historias. Y ahora espero que no sólo entiendan, si no que les haya parecido hasta bien, haber comenzado por el muerto del final para finalizar con un comienzo esférico y esperanzador. La razón es bien sencilla: la parte de la historia que he tenido el buen gusto de callar resulta aún más rara que la parte que les he contado.

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