lunes, 2 de febrero de 2009

A LA VEJEZ CIRUELAS

Veras como, acumulados ciertos años, traerán a tu presencia sin ser llamados estruendos de cacerolas que contendrán despiadados guisos de ciruelas propias de una vejez sin nombre o, peor aún, delante de tus narices aparecerán potentes estofados de viruelas estupefactas salteadas aquí y allá de ciruelas damascenas, claudias o zaragocís, que poco o nada importa su clase o condición, o un buen plato del conocido picado de viruelas, o porciones enormes de aquellas postreras ciruelas aderezadas con jugo de viruelas y guarnecidas, como no, de verdes ensaladas. Todas estas viandas provocarán en ti, además de profundo agradecimiento, una no menos profunda añoranza del buen chorizo, del silencio de la tierra y de los salados suspiros del mar. Necesitado como andarás de tanta y tanta luz, y por ello crédulo y atento a cualquier calor que surja aunque sea a deshora, celebrarás la llegada de los sanísimo guisos con una erupción de locas pústulas confluentes con todo tipo de drupas de corazoncillo color verde. Los ponzoñosos granillos de mala leche te irán surgiendo aquí y allá con extremada virulencia y se elevarán sobre tu cutis dejándolo todo regado de malos humores y provocando la justificada alarma de tus seres queridos. En vano reclamarás, tenlo por seguro, un cambio de dieta, porque tu salud estará por encima de todo, y muy especialmente, por encima de ti.

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