lunes, 16 de febrero de 2009

COSA DE OÍR

Oigo el rumor sordo del cuchicheo y, como soy de buen oír, oigo también, más a lo lejos, la aguda nota del grito cortando el aire como un cuchillo. Por la tarde oigo la risa capaz de atravesar el loco bullicio del autobús, y al llegar a casa oigo el estrepitoso portazo del vecino noctámbulo. Oigo el zumbido del motor de la nevera. A veces oigo tan fino que si tuviera desván oiría voces saliendo del desván, y las oiría tan clarito como oigo ahora el palpitar del corazón de este chucho, que a poco que se descuide se le va a salir del pecho. Oigo las súplicas de Juan, como oigo también mis súplicas a Juan y a todos los evangelistas, pero las oigo como quien oye llover. Si. También oigo llover y oigo cómo las almas en pena se llaman unas a otras en medio de la tormenta. Oigo el trueno, que a modo de traca final da término al chubasco. Oigo el silencio y el chasquido de las hierbas muertas plegándose ante el newtoniano peso del agua. De vuelta a casa, imagino oír el crujir de la cáscara del huevo, ese que debe ser roto si queremos comer tortilla. Oigo la música en mi interior, y el inconfundible sonido del papel de plata roto que anuncia la onza de chocolate puro con almendra. Oigo un coro de niños imaginarios preguntándome cosas incomprensibles. A veces me lío y oigo lo que veo, y callo lo que escribo, y todo para terminar, un día como hoy, contando algo de lo que oigo.

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