sábado, 7 de febrero de 2009

REUNIÓN DE PASTORES

La oveja muerta contemplaba con cierto aire de melancólica tristeza la reunión en la que sus respectivos yos, en forma de pastores, decidieron poner fin a una década de insípida existencia. El aire traicionero traía ante su presencia el eco de las imperfectas y conmovedoras palabras con las que cada yo, que es como decir con las que cada cual, pretendía justificar su cobardía. El yo real, si es que tal cosa existe, pretendía permanecer oculto en medio de una lucidez que le apartaba de la vida, de una vida, decía, que es como un sueño, como si la vida no fuera otra cosa que un sueño, decía para explicarse mejor, que me ha tocado vivir a este lado del paraíso. El yo travieso no pretendía otra cosa que, disfrazado de sí mismo, refugiarse en la idealizada imagen de un susurro asmático inexistente que provoca en los demás una profunda pena. Esa es la razón, decía el travieso, que explica por qué el azul es triste. El yo glotón no decía nada pero se le podía ver comiendo un pedazo de pizza tras otro en medio de un imaginario jardín, que no deja de ser una forma como otra cualquier de sentir lo que nos rodea. El yo obvio no decía nada porque también él, que comía las palabras con glotona precocidad, tenía su pecado que purgar. Por su parte, el yo fragmentado padecía una terrible tendencia a precipitarse en cada vacío de escalera que encontraba, y era en ese vértigo del querer y no querer en el que logró encontrar una nueva razón de ser. Desde una esquina de la mesa, el yo que fue o, mejor aún, el recuerdo del yo que fue, salió por fin del armario y se declaró como un yo disperso y esquizofrénico, parte historia y parte mito. Sobre unos y otros deambulaba el rumor fantasmal de yo que nunca fui, un yo que nunca dijo esta boca es mía pero de cuyo ensueño siempre quedará algo en mí.

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