domingo, 1 de febrero de 2009

EN LA ESCENA DEL CRIMEN

No tengan al respecto la menor duda: sobre la loma negra y tenebrosa de lo cotidiano se alzan signos vagabundos en los que bulle la rabia y el dolor. Eso es lo normal, de ahí que el minucioso análisis al que fue sometida la cadena del water que presuntamente utilizó aquel presunto desgraciado para presuntamente ahorcarse no reveló nada acerca de las causas últimas de su muerte, muerte ésta que como tantas otras muertes resultaba ser a la postre lo único cierto en todo este presunto embrollo al que llamamos vida. Una nota a pie del inodoro hubiera aclarado mucho las cosas, pensó el inspector, reflexión ésta que le llevó a otra sobre su gusto por las notas a pie de página, y de ahí a otra segunda que tenía que ver con lo que de trascendente había, a su juicio, en el hecho de aprender a valorar la importancia de la letra pequeña por muy pequeña que sea, y de la letra pequeña volvió a la cadena, y fue mientras observaba de nuevo la cadena que aprovechó para realizar un cálculo rápido sobre las probabilidades que tenía de morir en su propia cama. Afortunadamente, sus matemáticas, especialmente la parte estadística, eran lo suficientemente malas y difusas como para que no le entretuvieran mucho, llevándole a la conclusión de que dichas probabilidades debían oscilar entre una o ninguna. Diez horas antes, ocultos en un corral anejo a la casa de autos, unos ojos desorbitados miraban a través de un portón entreabierto una escena de tenebrismo caravaggista que habría hecho las delicias del mismísimo pintor: en sombras, y en medio de una fanfarria de sábanas metálicas, una figura parecía estrangular a otra mientras el sol, sin esfuerzo aparente, pujaba por salir de entre millones de nubecillas que amenazaban con continuar en su cotidianos quehaceres de hacedoras de diluvios. Inatrapable a los ojos de cualquier observador, sobre todo si el observador no es un criminólogo reputado si no sólo un niño que jugaba a escaparse de casa, ocurría lo esencial de la escena, esencia que, desde un punto de vista técnico, consistía en que la cadena del water se estaba haciendo un hueco en la laringe del que posteriormente sería el señor difunto. Pero todo esto fue antes. Ahora sucedía que, mientras repasaba la escena del luctuoso acontecimiento, el inspector se fijó con mayor detalle en el rostro del presunto ahorcado: algo había en él que lo relacionaba íntimamente con la vida, razón por la cual el sabueso intuyó más que pensó que no se encontraba ante un finado voluntario.

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