martes, 10 de febrero de 2009

PÁGINAS AMARILLAS

Normalmente me gusta hojearlas en soledad y sin propósito alguno, pero hoy, para variar un poquito y sobre todo para joder, abrí las páginas amarillas y me puse leerlas en sus narices a ver si así me callaba un rato y dejaba de mentir. Como de costumbre, mientras leía no pensaba en otra cosa que no fuera el sexo, y eso que el asunto del sexo, en lo que a mí respecta y sin llegar al negacionismo extremo, no sabría decir muy bien si he tenido o no el gusto de conocerlo, y de haberlo conocido, que ya la memoria me falla, desde luego lo que está claro es que nunca he llegado a entenderlo. También pienso en calvos repeinados y en mentones huesudos, pero eso, creo, tiene mucho menos interés. Puestos ya en confesiones, he de decirles también que suelo aprovechar esos momentos de relax para flagelarme un poco mientras me afano en la lectura de una interminable relación de papelerías, subrayando cosas de mí que, si bien nadie que me conozca dudaría de su estricta correspondencia con la realidad, contienen tales dosis de salvajismo que no me ayudan en nada ni a mejorar ni a llevar una vida mejor. Son cosas como la de mi sonrisa. No es fácil lograr tener una sonrisa tan asquerosa como la mía. En verdad que, bien mirado, el logro de tanta fealdad también tiene su mérito ya que cosas así sólo son posibles gracias al lento transcurrir del tiempo y a un entrenamiento y una disciplina constante y digna, sin duda, de mejor causa. De entre todas las cosas que suelo hacer, decir o pensar mientras leo las páginas amarillas, lo que más parece gustar a mi compañía es que deje de mentir mientras aparento que leo y hablo de sexo. A mí también, lo que pasa es que, además de la bata de felpa, hoy ha tenido la ocurrencia de ponerse sobre el moño un prendido de orquídeas falsísimo, y si a eso le sumamos la relación de instaladores de calderas, no sé, como que me corta un poco el rollo.

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