lunes, 17 de agosto de 2009

ÁMBAR

El ámbar atrapó una burbuja de nada, y aquel lugar me pareció un buen lugar para reposar y estar juntos. Fue allí donde se produjo la cópula primera, el saqueo de las redes rotas, y fue allí también donde me dio su tiempo de salamanquesa y me dijo que era para olvidar. Ni que decir tiene que fui empequeñeciéndome a pasos agigantados, y que me fui extraviando como sólo saben hacerlo las estatuas extraviadas. Ocultos primero en los bajos del tren, e inclusos después en otros ámbares mayores junto con gotas de aire y agua, hongos, semillas, mosquitos, termitas y otros seres y cosas que ahora no recuerdo, no nos percatamos de los roncos temporales y los agrios ruidos que se perciben más allá de nuestra estancia de ámbar azul, allí donde se recogen los manteles del miedo. Me bastaba contemplar la resina vegetal fosilizada de sus ojos sapeli. Más allá de aquella quietud se encontraba el reino de la plástica sordidez, exento como podrán comprender del más mínimo interés.

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